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Geckos, reptiles de ‘diseño’

El gecko es ese pequeño lagarto de color verde intenso o curiosos dibujos de felino, capaz de sostenerse adherido al cristal más pulido incluso boca abajo. Con buenos cuidados, esta exótica mascota puede vivir 15 años en un terrario.

El Gecko verde de Madagascar (Phelsuma madagascariensis) mide unos 25 centímetros y es de hábitos diurnos. Abajo, el gecko Leopardo, de hábitos nocturnos. Copyright: Kevin Harber y Scott Kinmartin

El gecko puede sujetarse tan tranquilo a un cristal gracias a los millones de micropelos (lamelas) que tapizan sus palmas, capaces de encontrar en las superficies irregularidades solo visibles al microscopio. Por eso los expertos en biónica (el arte de imitar las soluciones de la naturaleza) e ingeniería de materiales lo estudian para copiarle ese don.

Pero el gecko también es popular entre los amantes de las mascotas fáciles de mantener, que acompañan desde el microcosmos de un terrario y atraen la mirada por su diseño impactante en una piel como de goma. Existen unas 800 especies, incluidas las familiares salamanquesas europeas; algunas se han adaptado tan bien a la cautividad que ya generan características físicas y comportamientos diferentes a los de sus parientes salvajes.

Es muy importante adquirir los geckos en tiendas autorizadas (los centros de jardinería que los venden lo están): la caza de ejemplares en libertad ha puesto en peligro a muchas variedades hoy protegidas por el Convenio Cites.

El atractivo de los geckos reside en su ‘uniforme de camuflaje’ y la observación de su comportamiento. Según la especie, son de hábitos diurnos o nocturnos.
Los geckos más comunes como mascotas son los de hábitos diurnos, activos por lo general al mismo tiempo que sus dueños. Entre ellos destaca el Phelsuma madagascariensis, oriundo de Madagascar y África oriental, muy apreciado por su tamaño (hasta 25 centímetros los machos) y su intenso tono verde con lunares rojos o marrones, un uniforme de camuflaje en el hábitat del que procede. Suelen ser variedades asequibles por entre 30 y 100 euros el ejemplar.

Otros más exóticos, como los pequeños Ligodactylus, de apenas siete centímetros, pueden costar unos 180 euros.

El terrario adecuado

Los cuidados que exigen los Phelsuma madagascariensis sirven en general para todas las especies diurnas, como sus primos Standingi o Laticauda dubia. Es fundamental un terrario amplio, de 100 litros de capacidad como mínimo, y altura suficiente para reproducir el hábitat selvático, con plantas frondosas, sustrato sin aristas (el de coco es muy adecuado) y abundantes escondrijos. La temperatura debe situarse entre los 26 y los 30 grados durante el día, y entre tres a cinco grados más baja de noche.

Conviene crear dos zonas climáticas en el terrario, que se consiguen con una placa térmica en una esquina o en altura mediante una simple bombilla (también en un borde, pero alejada de las paredes para que el animal no se queme si trepa). El objetivo es que pueda regular a voluntad su temperatura de reptil.

La humedad es otro factor clave: entre el 70 y el 90%. Para especies de zonas más secas, como el gecko Leopardo, oriundo del arco que va de Irán al norte de India, basta un 60% y puede mantenerse con un rociado de agua al día.

Es importante tener en cuenta que los geckos diurnos necesitan iluminación de espectro completo, a diferencia de los noctámbulos, como el Leopardo, que no requieren luz ultravioleta.

La mayoría de los geckos son territoriales y tener dos machos en un mismo terrario es una invitación a la pelea.

De qué se alimentan

La alimentación es la otra clave de su buena salud. Son bastante voraces y comen insectos: grillos, cucarachas, gusanos de seda o de la carne, saltamontes… Para que no desarrollen enfermedades en los huesos, se espolvorea la comida con un suplemento específico de calcio y vitaminas. Las especies tropicales gustan de completar el menú con trozos de fruta madura (nunca cítricos) o, en su defecto, potitos de bebé.

Un gecko sano está siempre alerta, es activo, tiene la piel lustrosa y buen apetito. También mostrará esa vitalidad en su buena disposición a reproducirse. Es fácil distinguir el sexo: los machos, algo más grandes, tienen junto a la cola unos poros en forma de V y dos pequeños bultos donde alojan los hemipenes. Durante el cortejo, sacuden la cola a toda velocidad y persiguen a la hembra, a la que sujetan de un mordisco para poder fecundarla. En condiciones propicias ponen seis veces al año (siempre dos huevos). De la temperatura ambiente depende el género de las crías, así que para elegir uno u otro conviene incubar los huevos: hasta 26 grados, hembras; de ahí a 33, machos. No es aconsejable dejar a los recién nacidos entre adultos: pueden confundirlos con presas y zampárselos.

  • Cuestión de carácter
    Cuestión de carácter

    Los geckos son reptiles y, como tales, no son empáticos. Su atractivo está en su precioso diseño, en la observación de su comportamiento y en la longevidad con que responden a los buenos cuidados. Algunos se dejan tocar sin problemas, pero no conviene manipularlos demasiado porque se estresan y pueden enfermar.

    En general son esquivos. El gecko Tokay es un ejemplo: grande, muy vistoso, de ojos saltones, tono grisáceo-azulado y moteado que muda a voluntad para mimetizarse, tiene la particularidad de desprenderse de la cola si se ve amenazado. El apéndice permanece un buen rato sacudiéndose para distraer la atención del depredador y así darse a la fuga. Dos o tres semanas después ya le ha crecido otra. De hábitos nocturnos, emite un particular sonido que ha dado nombre a toda la familia: ¡geck geck! ¡to-kay… to-kay! Pero responde a la manipulación con mordiscos. Aun así, es de las especies más solicitadas para criar en cautividad. Hay quien admira el (mal) carácter.

Reportaje completo nº 59 >> página 48