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Encinas en los jardines: las flaquezas de un árbol duro

Este árbol de recia madera y generosa sombra, capaz de resistir los rigores del clima ibérico y capear año tras año la sequía, es a menudo sometido en los jardines a situaciones que le resultan imposibles de sobrellevar. Las perturbaciones del suelo y el exceso de agua que recibe a causa de una forzada convivencia con áreas de césped son el talón de Aquiles de las encinas.

La encina típica de las dehesas, la subespecie ballota o rotundifolia, muy apreciada por sus bellotas dulces, es más sensible a las condiciones de los jardines que su pariente mediterránea, Quercus ilex subsp. ilex. Foto: Arturo González

La encina (Quercus ilex) es un árbol de tamaño medio, tronco robusto y denso follaje perenne formado por pequeñas y abundantes hojas coriáceas, muy duras. Su presencia en todo el territorio peninsular y las islas Baleares revela su gran capacidad adaptativa. Su naturaleza esclerófila le permite vivir en lugares de pluviometría escasa y fuerte insolación, como la región mediterránea, pero las encinas, que dominan en las extensas dehesas del sudoeste peninsular, también están presentes en los bosques atlánticos de la cornisa cantábrica y en zonas prepirenaicas.

Respetar la orografía del terreno, es decir el perfil original de la parcela y la altura de los taludes, y evitar el paso de maquinaria pesada sobre las raíces es clave para la supervivencia de las encinas.
Es un árbol de potentes raíces que se adapta a cualquier suelo —tiene cierta preferencia por los básicos o calizos pero también vive bien en los graníticos, ácidos—, excepto los arcillosos y mal drenados. No obstante, la tan resistente encina a menudo acaba secándose en los jardines, y no solo por la coexistencia con irrigadas extensiones de césped.

Ángel Domínguez, viverista y landscape keeper de muchos de los grandes jardines de los Montes de Toledo y gran conocedor del manejo de las encinas, explica las razones: “Tanto el exceso de riego como las perturbaciones del suelo impiden que las raíces aeróbicas respiren y, en consecuencia, el árbol termina muriendo. La encina tiene dos tipos de raíces: las gruesas, que le sirven de anclaje, y las finas, que se hallan a unos 60-70 cm de la superficie y captan oxígeno del suelo”.

A la hora de intervenir en un encinar, el experto aconseja:

Respetar la orografía del terreno, es decir el perfil original de la parcela y la altura de los taludes. Si se quita o se añade tierra sobre las raíces o se cubre o descubre el cuello del árbol se alteran seriamente sus condiciones de vida.

Evitar el paso de maquinaria y vehículos sobre el área radicular, puesto que compacta el terreno, se forma una capa impermeable y el oxígeno disponible disminuye. Además, la falta de drenaje puede propiciar enfermedades por hongos del suelo, como la Phytophthora.

Este árbol capaz de absorber cantidades importantes de CO2 no figura en el arbolado urbano precisamente por su flaqueza ante la compactación del suelo, la pavimentación y las perturbaciones asociadas a las canalizaciones, amén de la polución.

Para contrarrestar el decaimiento y fortalecerla se le pueden aplicar tratamientos en forma de inyecciones de nutrientes, aminoácidos o fungicidas, pero a la larga de nada sirven si se mantienen las condiciones desfavorables.

• Es vital crear un área de protección en torno al tronco equivalente a la proyección de la copa en el suelo y mantenerla libre de césped. Lo ideal es cubrirla de grava gruesa o especies de bajo riego.

Si se escarda o se desbroza, se ha de hacer teniendo cuidado de no dejar raíces superficiales al aire o causar heridas en el tronco.

• Las encinas preexistentes en una parcela no precisan riego ni aplicación de fertilizantes.

Si se trata de un ejemplar de vivero que se acaba de plantar será necesario regarlo hasta que arraigue, y se le puede aportar abono orgánico.

El exceso de abono nitrogenado la expone a una invasión de cochinilla y a la proliferación del hongo negrilla en sus secreciones.

La encina no necesita poda, aunque la soporta bien. En los ejemplares de origen silvestre basta con retirar la madera seca. Cuando se rompe una rama, muchos arboristas recomiendan no hacer nada, ya que el propio árbol crecerá engullendo la rotura. En todo caso, si en esa rama rota pudiera entrar podredumbre, se debe sanear bien haciendo un corte lo más pequeño posible con una herramienta de poda bien desinfectada.
 

Para los jardines, mejor la subespecie ilex

La encina típica de las dehesas, la subespecie ballota o rotundifolia, muy apreciada por sus bellotas dulces, alimento premium del cerdo ibérico, es más sensible a las condiciones de los jardines que su pariente mediterránea, Quercus ilex subsp. ilex —la alzina catalana y leccia italiana—, de hojas grandes, parecidas a las del laurel, y bellotas amargas. A esta subespecie pertenecen los ejemplares que se cultivan en los viveros de producción: se adapta mejor a las condiciones de vida de un jardín, entre ellas más humedad, crece un poco más rápido, desarrolla una copa más armónica, y en su forma arbustiva incluso se puede utilizar en setos, nubes y topiaria, ya que soporta bien los recortes.
 

Una encina capta 5.040 kg de CO2 al año

En el alto valor medioambiental de la encina destaca su gran capacidad de absorción de dióxido de carbono. Se calcula que un ejemplar de 30 a 40 años y 5,5 m de altura puede captar unas cinco toneladas al año (diez veces más que un olivo). Esto equivale al CO2 que genera la media de coches del parque automotor español actual (13,8 kg cada 100 km) en 36.522 km de recorrido, o ir y volver de Madrid a Barcelona en coche unas 29 veces. Además de ser la protagonista (junto con el alcornoque) de la dehesa —un ecosistema humanizado surgido de la transformación del bosque mediterráneo—, la encina es la especie principal de los encinares, la formación forestal de mayor extensión en España. Según el Cuarto Inventario Forestal Nacional, iniciado en 2008, las dehesas ocupan el 11,82% de la superficie forestal española, y los encinares, el 15,28%.

  • La encina de Ambite
    La encina de Ambite

    En la foto, la legendaria encina de Ambite, en la vega del río Tajuña, al sureste de Madrid. Tiene más de 500 años y 20 m de altura.
    Foto: Jacinta Lluch Valero

Reportaje completo nº 101 >> página 50