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High Line Park de Nueva York: un parque en las vías del tren

Sobre una estructura férrea sobreelevada en el West Side de Manhattan se despliega un parque lineal, ajeno al tráfico y a las prisas urbanas, con sorprendentes estancias destinadas al descanso y recorridos repletos de vegetación nativa.

La vegetación asilvestrada de las Praderas de Chelsea (foto grande) y Washington (abajo) parece emerger de forma espontánea entre las traviesas de hormigón. Los bancos de madera surgen extruidos del pavimento. Copyright: Iwan Baan, 2011 y 2009

Un tramo de la infraestructura ferroviaria de la West Side Line, destinada al transporte de mercancías en Manhattan, se construyó a unos nueve metros sobre la cota del suelo para evitar la congestión del tráfico y los accidentes en una urbe que en 1930 crecía a un ritmo vertiginoso.

El nuevo parque se inspira y reinterpreta la herencia de “la melancólica, rebelde belleza de esta ruina postindustrial, donde la Naturaleza ha reclamado una pieza de infraestructura urbana que una vez fue vital”.
En la década de los 80 esas vías quedaron en desuso y una delgada capa de tierra fue depositándose entre los raíles y traviesas junto a semillas que germinaban y daban origen a plantaciones que acabaron apropiándose del lugar durante un cuarto de siglo. Para salvar de la demolición esa infraestructura y su espontáneo ecosistema vegetal, dos vecinos crearon la asociación Amigos de la High Line, que promovió el proyecto que la convertiría en un singular parque público de 2,3 kilómetros de largo. Este atrayente espacio verde es una pieza clave en la regeneración urbana del oeste de Manhattan, especialmente Chelsea y Meatpacking District.

El nuevo parque se inspira y reinterpreta la herencia de “la melancólica, rebelde belleza de esta ruina postindustrial, donde la Naturaleza ha reclamado una pieza de infraestructura urbana que una vez fue vital”, se lee en la web de Diller Scofidio + Renfro, la firma de arquitectura responsable del diseño junto con el estudio de paisajismo James Corner Field Operations. “Traduce la biodiversidad que arraigó cuando se convirtió en una ruina en una sucesión de microclimas urbanos específicos del sitio, que incluyen espacios soleados, umbrosos, húmedos, secos, ventosos y protegidos”, señala. Del diseño y selección de las plantaciones se ocupó el infl uyente paisajista holandés Piet Oudolf.

Plantas espontáneas y endémicas

Bajo estas premisas, muchas de las plantas que habían surgido por sí solas en las vías del tren fueron incorporadas al proyecto, combinadas con especies, endémicas en especial —en el tramo inaugurado en 2009, 161 de las 210 especies empleadas son nativas de Nueva York—, escogidas por su resistencia, sostenibilidad, textura y variación cromática. El resultado: un impactante paisaje naturalista de pradera en medio de la ciudad, en el que conviven las gramíneas y otras plantas silvestres aparentemente al azar. “Todo mi trabajo está relacionado con el intento de recrear la espontaneidad de las plantas en la naturaleza”, sostiene Oudolf.

La estrategia de la ‘agritectura’

El diseño de la superficie del parque se basó en una estrategia de agritectura, una técnica en parte agricultura, en parte arquitectura, que se ha traducido a lo largo de la High Line en la combinación de plantaciones y pavimento en proporciones cambiantes, “desde un 100% de pavimento a un 100% de suaves biotopos de gran riqueza vegetal”, explican en Diller Scofidio + Renfro.

El sistema de pavimentación consiste en piezas de concreto premoldeado en forma de traviesas, con juntas abiertas que permiten que las plantas emerjan como lo hacen espontáneamente en las grietas de las aceras. El extremo de estas largas piezas se estrecha para introducirse suavemente en las zonas de plantaciones creando un paisaje texturado y sin senderos, donde los paseantes puede deambular a su aire.

La selección y disposición de las plantaciones configuran un tipo de jardín adaptado a condiciones extremas y a disponer de poca profundidad de enraizamiento. El High Line Park es en esencia lo que se llama una estructura verde, que funciona como una cubierta ajardinada diseñada para aprovechar al máximo el agua de lluvia, que penetra en las juntas del pavimento para regar las plantaciones y evacuar el excedente hacia los desagües. Existe además un sistema de riego que funciona de forma automática o manual, importante para la fase de arraigo de las plantaciones pero menos necesario a largo plazo.

Una sucesión de paisajes

En este largo y estrecho oasis que sobrevuela el frenético ajetreo de las calles de este rincón de la Gran Manzana, hay lugar para lo silvestre, lo cultivado, lo íntimo y lo social en una secuencia variada de paisajes y espacios públicos que ofrecen largos paseos, rincones encantadores, miradores con panorámicas de Manhattan y el río Hudson, y hasta tumbonas para tomar el sol.

La primera sección, inaugurada en 2009, arranca en la calle Gansevoort, donde se descubre el Gansevoort Woodland (bosque), formado por árboles endémicos como el Amelanchier laevis, Cercis canadensis y Betula populifolia, junto a arbustos como el durillo, y plantas de flor como los Crocus, Echinacea, Salvia nemorosa, Puschkinia… además de trepadoras nativas del sur de EEUU, como la glicinia Wisteria frutescens.

Más adelante surge un solárium para tomar el sol sin obstáculos sobre tumbonas de madera. Y a continuación se accede al Northern Spur, un espacio reconvertido en una reserva hortícola donde crecen manzanos silvestres (Malus floribunda) junto a vivaces resistentes a la sequía como el Sedum ternatum, Geranium maculatum, Corydalis solida y Carex pensylvanica.

En la Décima Avenida, unas gradas de madera invitan a sentarse para contemplar unas vistas de la ciudad. Y a la altura de la calle 18 se accede a una plaza donde conviven manzanos silvestres, durillos y tulipanes. Al llegar a Chelsea, una pradera de herbáceas brota vigorosamente entre las juntas del pavimento, entre ellas Allium y Salvia, y no faltan árboles como el Amelanchier y los abedules junto a un arbusto de bella floración roja como la Lonicera sempervirens. A comienzos de la primavera, estas praderas de Chelsea se llenan de flores de bulbosas: diversos narcisos, tulipanes y Muscari armeniacum, que en el verano ceden su lugar a las flores de la Echinacea purpurea, Euphorbia corollata, lirios y clemátides.

La segunda sección

En la segunda sección, inaugurada en 2011 entre las calles 20 y 30, las Chelsea Grasslands (praderas) cobran altura y densidad a medida que se va avanzando hacia el norte, con plantaciones que aportan texturas y cromatismo: mahonias, abedules, Amelanchier, Salix chaenomeloides y arbustos como la Rosa x odorata, Sambucus nigra y Viburnum lentago.

Al llegar a las calles 22 y 23, en un apartadero de la vía, una gran superficie de césped se despliega junto a asientos escalonados que añaden un nuevo estrato y uso al espacio. Suavizan la aridez del balasto gramíneas como el Carex pensylvanica, Panicum virgatum y Nasella tenuissima, entre las que destacan las panículas amarillas de la Achillea filipendulina. En este punto, una pasarela de metal se eleva sobre el nivel de la High Line permitiendo que crezca debajo de ella una densa manta de musgo y tapizantes, la respuesta a un microclima sombreado por los edificios adyacentes. Al final de la ruta espera una nueva pradera de flores silvestres.

La apertura de la tercera sección en 2015 pondrá punto final al proyecto.

Más información:

• www.thehighline.org (ver)

 

 

  • Hierro, hormigón, balasto
    Hierro, hormigón, balasto

    La pavimentación del High Line Park consiste en piezas de concreto premoldeado en forma de traviesas, con juntas abiertas para que las plantas surjan como lo hacen de forma espontánea en las aceras y muros. Los raíles oxidados y el balasto permanecen y han sido colonizados por la vegetación.
    Foto: Iwan Baan

  • Vegetación de pradera en pleno Manhattan
    Vegetación de pradera en pleno Manhattan

    Además de preservar la vieja estructura ferroviaria y el ecosistema vegetal, con el High Line Park se ha buscado crear un espacio verde que reduzca el efecto ‘isla de calor’ y proporcione hábitats que fomenten la biodiversidad. Para ello se extrajeron todos los materiales tóxicos y peligrosos y se seleccionaron más de 250 especies vegetales, desde herbáceas perennes y gramíneas a arbustos y árboles, para reproducir un jardín naturalista, resistente y de bajo mantenimiento, basado en el paisaje de autosiembra previo a la intervención y adaptado a las condiciones específicas y microclimas de este longilíneo espacio. Ligeras estructuras metálicas con numerosas jaulas se montaron para facilitar la presencia de los pájaros en la zona. En la foto, un paseo a través de un espectacular campo de gramíneas en otoño en el High Line Park.
    Foto: Asterix611

  • Un lugar para tomar el sol
    Un lugar para tomar el sol

    Los neoyorquinos no solo pueden pasear por el parque sino también tomar el sol en grandes tumbonas de madera. El High Line Park ha sido todo un éxito desde la inauguración del primer tramo, en 2009.
    Foto: Iwan Baan 2009

  • Espontaneidad natural
    Espontaneidad natural

    Resistencia, sostenibilidad, textura y variedad cromática son los criterios que sirvieron para escoger las plantas que formarían parte de este jardín que persigue “recrear la espontaneidad de las plantas en la Naturaleza”, en palabras del paisajista Piet Oudolf. En la imagen, flores de verano.
    Foto: Graham Coreil-Allen

Reportaje completo nº 69 >> página 46