Descripción
Por sus cualidades ornamentales, pero sobre todo por sus propiedades medicinales, el Aloe vera, también llamado popularmente acíbar o sábila, se ha convertido en una planta de culto. Esta especie suculenta de origen africano vive bien en interiores, preferiblemente en maceta de barro, donde puede alcanzar el medio metro de altura. Los aloes que se ven en los jardines suelen pertenecer a otras especies.
Hojas
Perennes, largas y carnosas, de un verde claro o azulado con un punteado blanco que desparece a medida que la planta crece, las hojas del aloe surgen en forma de roseta espiralada. Están formadas por un corazón mucilaginoso —reserva de agua y fuente de la mayoría de sus numerosas propiedades terapéuticas— recubierto por una capa fibrosa muy amarga y una piel coriácea exterior rematada con espinas en los bordes. Por efecto del sol, las hojas ganan una tonalidad rojiza.
Flores
Las flores son pequeñas, tubulares, anaranjadas o amarillas; se agrupan formando racimos compactos. Surgen en el verano en lo alto de una vara que sobresale por encima de las hojas. Una vez secas deben eliminarse. Al contrario de los ágaves, los aloes no mueren después de florecer.
Cultivo
Como crasa que es, los enemigos del Aloe vera son el frío (no soporta temperaturas menores de 0 grados) y el exceso de agua, que le causa pudrición. Necesita sol directo o mucha luz, y tierra de cactus o un sustrato humífero pero arenoso que evite el encharcamiento (una capa de grava en el fondo si está en una maceta). Se plantan en primavera, y se multiplican separando y plantando los hijuelos.
Cuidados
Los riegos deben ser regulares en primavera y verano y nulos en invierno. Si se trasplanta conviene esperar 15 días antes de regar.
Foto: Mille d’Orazio